Quai Saint-Bernard, cerca del Jardín des Plantes, las primeras parejas llegan al jardín Tino-Rossi. A medida que cae la noche, aumenta el número de bailarines y las gradas se llenan. Bajo la luna plateada y las luces de las barcazas turísticas que atraviesan el muelle a pocos metros de distancia, los cuerpos se entremezclan al ritmo de la música. Es entonces cuando dos miradas se cruzan. Una invitación discreta los lleva al centro de la pista. Como si se dejaran llevar, bailan al calor de la noche. De esta seducción mano a mano salpicada de sonrisas cómplices, acaban escapándose para dar rienda suelta a deseos más carnales. En la madrugada, las sábanas desprenden un aroma de noches de insomnio, abrazos traviesos y lascivos.
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